#1: Aceptar que lo único que hay es el eterno ahora
Sonó el pitazo final y escuché a Marce, mi novia, que me preguntaba: «¿Y si vamos a ver la final en Argentina?».
«No tengo un mango y voy igual».
Sonó el pitazo final y escuché a Marce, mi novia, que me preguntaba: «¿Y si vamos a ver la final en Argentina?». Eran casi las cuatro de la tarde del martes 13 de diciembre de 2022. Sentados en la cama de su apartamento en Medellín, nos habíamos abrazado celebrando el resultado de la selección Argentina que, liderada por el mejor jugador de todos los tiempos, acababa de sellar una victoria por 3 a 0 sobre Croacia, y con ella un pasaje directo a la final de la Copa del Mundo. Sería la segunda vez que Lionel jugaría el partido decisivo. Sería la oportunidad de la revancha, en el último partido de Messi en un mundial. Una recompensa por haber seguido intentándolo aunque en algún momento no se le dieran las cosas; la evidencia de que la posibilidad de la victoria está a la vuelta de la esquina de la derrota. Y qué linda se me hace esa idea de las victorias posibles. De la esperanza y la ilusión, puestas en torno a un resultado hipotético que se desea con todas las entrañas, con las pestañas y con el esfuerzo detrás de cada bocanada de aire que fluye por la garganta cuando vamos a cantar un gol.
¿Habrá algo que uno pueda hacer para parar la euforia que produce ver a Messi, el hombre perro, divertirse jugando al fútbol en el escenario más grande que hay? «Siento nostalgia del presente cuando veo jugar a Messi», escribió un Casciari lector de Borges, y a mí me cuesta encontrar palabras distintas a esas para decir algo al respecto. ¿Habrá un antídoto para la embriaguez absoluta que nos generó en los cuerpos el segundo gol de Argentina, el primero de Julián Álvarez, en el que la araña, hincha de River y de Messi, apiló croatas desde el medio del campo hasta el área chica sin pensar en tirarse al suelo nunca, tropezándose con el balón un par de veces y definiendo, en un último rezago de inspiración y maravilla, para cerrar una jugada como aprendida de su ídolo y maestro? Y qué decir del tercer gol de Argentina, construido por Messi —también desde la mitad del campo— en un ímpetu explosivo de control, ritmo, gambeta, amague y delicadeza; un último impulso de genialidad y gracia que culminó en un pase a lo «tomá y hacelo, pibe» que Julián supo concretar. Con Marce gritamos, saltamos juntos en la cama, nos miramos completamente exaltados, entregados en cuerpo y alma a la certeza de haber visto lo imposible suceder ante nuestros ojos. La magia de un hombre argentino que juega al fútbol. Ya escribiré, en otra ocasión, sobre la mística del fútbol argentino, sobre la argentinidad en las formas de jugar, sobre los huevos de la selección que dirige Scaloni, sobre la hinchada…
La pregunta de Marce la escuché por primera vez cuando Argentina venció a Países Bajos por penales en los cuartos de final. Fue un partido tan sufrido que ella tuvo que pararse a dar vueltas, respirar y no ver la pantalla varias veces de la ansiedad, mientras yo vivía la angustia al contrario: perplejo frente a la pantalla, sin poder parpadear. Pero esa vez la pregunta había sido claramente un chiste, una ironía sobre la montaña rusa de emociones que vivimos viendo ese partido. «Sería muy loco estar allá», le respondí ese día, «¿te imaginás?». Este martes, sin embargo, la pregunta tomó otro tono: uno expectante, lleno de temor y nervios; como una especie de «¿y si…?» arriesgado que ninguno creyó capaz de hacerse real. Lo que siguió fue un frenesí de una hora, en la que buscamos precios de tiquetes aéreos, almorzamos, e hicimos varias llamadas. La primera, a Enzo, uno de los amigos argentinos que conservo de mi vida pasada de hace cinco años, cuando tuve la oportunidad de vivir en la Ciudad Mágica y enamorarme de ella. Le pregunté si existía alguna remota posibilidad de quedarnos en su casa, a lo que él respondió, desde una calle repleta de personas festejando: «¿Es posta o me estás tomando el pelo? ¡Más vale que te podés quedar!». La locura ya era total. Y por si quedaba alguna duda de la seriedad de sus palabras, después de colgar la videollamada nos llegó esta nota de voz que no vale la pena transcribir y directamente se tiene que escuchar:
No lo podíamos creer. La pregunta imposible se hacía un poco más posible. Hospedaje en Buenos Aires, teníamos. La segunda llamada fue a mis papás. ¿Cómo reaccionarían ustedes si su hijo les dice que acaba de decidir irse de viaje en dos días a Argentina a vivir la final del mundial allá? Mis papás, en un shock completamente entendible, nos terminaron diciendo que disfrutáramos, que lo que estábamos a punto de hacer era tan loco como emocionante, y que si lo veíamos realizable, lo hiciéramos. La tercera llamada fue de Marce a su jefa, en el que fue uno de los momentos más surreales de la tarde. Marce le explicó tal cual lo que estaba pasando, pues el día de la final había un evento de su trabajo. La jefa le dijo «no pasa nada, ¡andá!». Jueputa, en qué nos metimos. Lo siguiente fueron los gritos que soltamos cuando en la pantalla del computador apareció la confirmación de compra de los vuelos, es decir, la confirmación de la locura; el momento de no retorno.
Termino de escribir esto en el avión que nos lleva a Lima, Perú, en la noche del jueves 15 de diciembre. Minutos después de llorar escuchando «Oh, mi novia», de Tarsitano, en los audífonos que compartimos al despegar, dos días después de haber visto la semifinal del mundial en la pantalla de mi computador, tres días antes de ver la final en una plaza en medio de Buenos Aires, y ocho meses —¡exactos!— después de conocernos. Gracias por esta aventura juntos, Marce. Creo que nos volvimos locos.
P.D. Prometo que las próximas entradas serán más cortas. En esta, simplemente, había muchas cosas por sacar. Escribiré sobre esto, sobre fútbol, sobre Argentina, y sobre todo lo que nos cruce en el camino.
Santiago Nieto Aristizábal es estudiante de música y comunicación en la Universidad Icesi, director del blog literario Suelo en Movimiento y escritor de cuentos y canciones. Textos suyos han sido publicados en la revista Gaceta (El País Cali, 2020), y en El Galeón, la Gaceta Literaria del programa de estudios literarios de la UPB (2021). Hizo parte de la antología El Covid no es cuento (Editorial Universidad Icesi, 2020).