#6: Hacer poesía en plena guerra
Reflexiones sobre «Roma, ciudad abierta» (1945), de Roberto Rossellini.
Apenas dos meses después de que los nazis abandonaran Roma en junio de 1944, Roberto Rossellini salió a las calles a buscar historias contadas por personas de carne y hueso para que le sirvieran de inspiración para escribir el guion de Roma, ciudad abierta, película que empezaría a rodar en enero del año siguiente.
Esta sigue la vida de varios italianos cercanos a La Resistencia, un movimiento armado de oposición al fascismo y a las tropas nazis instaladas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Es el caso del sacerdote Pietro, que protege y le da asilo a miembros del grupo, o Pina, la mujer de Francesco, un tipógrafo de La Resistencia. Sin embargo, es el personaje de Luigi Ferraris —Alias Manfredi—, uno de los líderes del movimiento comunista italiano perseguido por los nazis, el que ata la trama y le da una linealidad a los sucesos.
Los nazis lo buscan en su casa, y Manfredi alcanza a escapar por lo justo. Lo mismo pasa cuando lo buscan en la casa de Francesco, aunque este sí es arrestado y su mujer es baleada en la vía pública por los nazis. El padre Pietro le consigue otro documento de identidad a Manfredi, y cuando se preparan para abandonar la ciudad son arrestados por los nazis, avisados por la expareja de Manfredi.
Es así como se va tejiendo una red de relaciones entre parejas, exparejas, hijos, conocidos, vecinos y soldados; en lo que se convertiría en un retrato de un momento histórico y una pieza cinematográfica pionera de un nuevo movimiento: el neorrealismo italiano.
Cansados de un cine censurado y creado a la medida del régimen fascista de Mussolini —vitrina liviana de una sociedad limpia y falsamente próspera, en la que nunca aparecían la pobreza o la delincuencia, que se replicó en más de 200 películas producidas entre 1937 y 1943—, varios cineastas italianos se plantearon el reto de hacer un cine «como la gente», que mostrara a la Italia de la época: sus injusticias, su pobreza, sus paisajes destruidos.
En palabras del mismo Rossellini, la importancia del neorrealismo italiano fue su capacidad para «mirar las cosas con ojos inocentes, tal y como eran». Entonces surgen películas como Roma, ciudad abierta, que además de su apreciable «sinceridad», fueron una oportunidad para mostrarle al mundo que la vida en la guerra seguía siendo la vida, que las personas se seguían amando, se seguían riendo, y los amantes seguían celándose, y seguían también las disputas de confianza y lealtad, seguían los niños jugando afuera, incluso en medio del peligro, o con él. Es una película en la que la guerra hace de columna vertebral y fondo contextual para mostrar las vidas de estas personas que, gracias al lente neorrealista, vemos desde cerca, en su intimidad.
Esa visión humana, que llena de nuevos sentidos una temática explorada desde otros ángulos, es la clave de la película y del movimiento que surgiría a partir de ella. Decía también Rossellini: «Al partir de cero, se miraba y se describía, sin falsos intelectualismos, el horizonte que se abría a nuestro alrededor».
Un pensamiento se me quedó adentro después de ver la película. Uno que se me atascó en la garganta y se me metió en la cabeza, en la imaginación: que la película fuera del 45. Que la hicieran en plena guerra. Que no fuera un recuento ficcional de hechos ocurridos hacía veinte o cuarenta años, con una «distancia prudente» para que hubiera algún tipo de objetividad. ¡Que hubiera ánimos para hacer una película!, y ánimos para movilizar a tanta gente con tan poco presupuesto en medio de una guerra, para convencerlos de actuar, de ponerse un vestuario y recitar líneas de un guion sobre lo que todos habían vivido hacía solo dos años.
Y es que, en realidad, «inspiración» no le faltaba a Rossellini cuando salió a la calle a buscar historias. Movido por los acontecimientos de los años recientes, sintió la necesidad de hacer algo. Algo que estuviera en sus manos crear. La necesidad de contar su propia historia; la de su pueblo.
Pero, ¿cómo escribir después de un genocidio?, ¿cómo hacer arte? ¿cómo no cuestionar la futilidad del arte en un momento como ese?, ¿cómo entregarse al arte cuando se acaban de vivir en carne propia los estragos de la guerra, después de haber visto algunas de las atrocidades más absurdas jamás cometidas por otros seres humanos?
Eso es lo que más resuena en mí de la película: su mera existencia. Su presencia hoy, después de tantos años, como reliquia de un tiempo pasado, como documento histórico que plasma una realidad con autenticidad y sin grandilocuencia, con un humor que no trivializa el contexto y con una cercanía que reivindica las emociones humanas y la idiosincrasia de un tiempo.
Y su existencia entendida, también, como el cúmulo de los esfuerzos de un grupo de personas que, con la guerra todavía en marcha, se juntaron para hacer cine. Me intrigan los rostros de los protagonistas, que en la gran mayoría del elenco son actores naturales, cuando los veo actuar. Me intrigan sus historias reales, detrás de las máscaras. Me intriga la medida en que esas historias rebosan el vaso de la realidad y permean la imagen simbólica de sus personajes, de las historias que se cuentan a través de ellos.
Pienso en ese montón de extras que aparecen, inmortalizados para siempre, en la pintura a blanco y negro de Roma, ciudad abierta. Pienso en los que no aparecen, los que quedaron detrás de cámaras. Me pregunto si había alguna suerte de esperanza detrás de su participación en la grabación de la película. Si había un deseo, quizás, de contarse su propia historia para no volver a repetirla, o una pulsión por abrazar la humanidad y el amor en el arte, que parece ser el único asidero en los momentos en los que nada más puede tener sentido.
Entonces recuerdo la poesía de posguerra del bosnio Izet Sarajlic, que floreció entre los escombros de Sarajevo1, su ciudad amada:
LA TEORÍA DE LA DISTANCIA2
La teoría de la distancia la han inventado los estrictos,
aquellos que no quieren arriesgar en nada.Yo pertenezco a aquellos
que creen que del lunes
se debe hablar el lunes;
es probable que el martes sea demasiado tarde.Obviamente es difícil estando en la cantina,
mientras caen los proyectiles,
escribir poesía.La única cosa más difícil es no escribir.
Y no puedo evitar creer que si hay algo detrás de Roma, ciudad abierta es ese impulso de hacer, de crear, de escribir poesía incluso aunque existir parezca imposible. De hacerlo justo por eso.
Desde el 5 de abril de 1992 al 29 de febrero de 1996, tras independizarse de Yugoslavia, «la capital de Bosnia fue cercada militarmente y sometida a francotiradores, morteros y bombardeos diarios, primero por parte del Ejército Popular Yugoslavo y posteriormente por las fuerzas de la autoproclamada República Srpska» (BBC, 2022).
Del libro Sarajevo, de Izet Sarjlic, publicado en español en 2013 por Valparaíso Ediciones.